miércoles, 15 de junio de 2011

Visita olímpica

Debo admitir que a veces me da muchísimo miedo lo que vaya a suceder. A mi y las personas que amo. Creo que el mundo se derrumbará y me aplastará con toda su fuerza de acero y Superman no vendrá a ayudarme mientras Atlas se va a visitar a Zeus en el Olimpo para tomarse unos tragos.
En esos momentos sólo me queda charlar con mi jirafa de peluche,el único ser no vivo en este planeta que me escucha y no me juzga. El único ser inanimado que da excelentes consejos, como ser valiente y tomar chocolate caliente mientras pienso en mis posibilidades de sobrevivir al cataclismo.
En esas ocasiones Minerva llega de visita y me dice que soy heredera de su legado,le digo que no soy ni la cuarta parte de inteligente que ella y,con una sonrisa malévola,me dice: "Entonces ¿por qué tienes tantas dudas? Las personas inteligentes y valientes siempre tienen dudas. A veces me pregunto si de verdad mereces tener mis dones". Venus se aparece con toda su belleza y me hace sentir miserable. "Eres bella -me comenta- pero dudas demasiado. Si fueras más arriesgada, serías más hermosa que yo. Me opacarías." Ambas desaparecen y me quedo sola con mi jirafa. Como no habla,me aconseja que siga los consejos de las diosas del Olimpo que bajaron a mi casa para ayudarme. Pero es que yo no quiero que me ayuden,quiero que me lleven al cielo, aunque sea una vez.
Medio contenta y medio triste,me tomo lo que me queda del chocolate (que ya está tibio) y le confieso a mi jirafa cuánto me encantaría que Marte bajara un ratito para decirme cómo ser valiente...

martes, 2 de noviembre de 2010

-¡Vuelvo más tarde! - Le grité a mi madre, quien estaba vuelta loca con el desayuno familiar.
-Espera, cómete algo; no puedes irte con el estómago vacío.
Di media vuelta y la miré. Sí, esa era mi mamá, siempre preocupándose por mi e inculcándome los valores que ella aprendió, a su vez, de mi abuela. Sonreí y caminé a la cocina.
-Está bien, pero sólo porque tú me lo pides, mamá.
Ella se rió a carcajada limpia y yo con ella. Mi madre es la persona a la que más amo en el mundo; es mi amiga, mi confidente.
-Te adoro, Alejandra –me dijo mientras me pasaba el plato con pan tostado y una taza de té.
Pasamos cerca de 20 minutos conversando, hasta que me dí cuenta de que ya era demasiado tarde y no llegaría a la universidad en autobús.
-Dame cinco minutos y le digo a tu padre que te lleve, Ale.
-¡No ,mamá! Creo que me iré en la bicicleta, la verdad es que de aquí a que mi papá se arregla y toma su dosis diaria de cafeína no llegaré a tiempo nunca.
Salí corriendo de la casa con el suéter y varios libros entre los brazos; la mochila se balanceaba precariamente en mi hombro izquierdo. El cabello me caía en el rostro y se metía en mi boca, cubriéndo también mis ojos.
-¡Ten cuidado en la avenida, Alejandra! –le escuché gritar a mi mamá al tiempo que arrojaba los libros y el sueter en la canastilla que estaba sujeta en la parte delantera  del manubrio y ajustaba la mochila en mis hombros. Me despedí de ella con un rápido saludo con la mano y enfilé hacia la avenida.
No había nada en ese día, tan normal para mì, que indicara que mi vida cambiaría; los autos hacían la fila interminable de siempre y los comerciantes ofrecían sus productos de diario. En el pueblo en que yo vivo no hay mucho que ver, a excepción de la playa. Ese lugar tiene un encanto y una magia demasiado poderosos; cuando estoy abatida o demasiado estresada, voy a ese lugar sola, sobretodo por la noche. Últimamente no he acudido ya que las lluvias humedecen la tierra y forman una capa de lodo que cubre en su totalidad la ladera que baja al acantilado y da al mar; la capa de lodo provoca que las ruedas de la bicicleta se atoren y eso me ha costado varias caídas, ninguna grave hasta el momento.
-¡Muévete, tengo prisa! –me gritó un sujeto en medio del sonido del claxon.
-Qué falta de educación –le espeté y comencé a pedalear más deprisa, consciente de que quizá no lograría llegar a la universidad a tiempo.
Poco faltó para que lograra cruzar la avenida mientras el semáforo aún tenía el color verde, sin embargo se me atravesó un panadero en su triciclo y me quedé en la primera fila.
“Y así la pequeña princesa perdió el examen”…. Pensé abatida.
-¡EL EXAMEN! –grité tan de repente y tan alto que más de un automovilista volteó a verme. Atravesé la avenida sin reparar en los autos que circulaban por ella, mientras recordaba un atajo a pocos kilómetros de ahí.
Comencé a adentrarme en una especie de bosque,pedaleando a toda prisa. Loa árboles pasaban frente a mí tan rápido que sentía los arañazos en las mejillas y la nariz; entre más me adentraba, más pedregoso era el camino, la bicicleta comenzaba a rebotar cada que pasaba sobre los pequeños guijarros.
-No lo lograré, no lo lograré…
Y entonces sucedió.
Una sombra me seguía a toda velocidad, entre los árboles. Era una sombra humana, podría jurarlo. Entré en pánico y pedaleé más rápido todavía, llevando a mis piernas al límite. Cada vez estaba más cansada, no obstante no podía darme el lujo de detenerme, temía que la cosa esa me atrapara.
-¡Largo, vete! –le gritaba periódicamente, cada vez más afónica y cansada, con los ojos arrasados en lágrimas de temor.
De repente, sin previo aviso, mi bicicleta se detuvo; era como si alguien estuviera sujetándola por la parte trasera. Me incliné violentamente hacia el frente,mientras mi suéter  y algunos libros salían volando de la canastilla…y cayeron al fondo de un barranco, a unos centímetros de mi posición. Estaba helada y anonadada. Giré mi rostro al lado derecho y la ví: la sombra. Semioculta entre los árboles me observaba, vigilaba todos mis movimientos.
Comenzó a acercarse a mi, aún en la bicicleta. Era más de lo que podía soportar.
-Vete, vete –mi voz era débil y las piernas me temblaban, no de cansancio, sino de temor. La cosa alargó lo que supuse era el brazo y tocó mi mano.
Mi cerebro se desconectó y sentí como caía, quedando enre el césped y la bicicleta.
Antes de cerrar los ojos miré a la cosa inclinarse sobre mi con una mezcla de curiosidad y preocupación.

jueves, 28 de octubre de 2010

El inicio de todo.

No quiero despertar. No tengo ya ningún motivo para hacerlo, pues tú te has ido.
Cada día que pasa mis lágrimas se vuelven más escasas y mi corazón más pequeño; tú te llevaste todo lo que yo creía, todo lo que yo quería. Y tengo mucho miedo.
El aire me falta al despertar cada mañana y no puedo ver otra cosa que no sean tus ojos. ¿Qué me has hecho?
Me estoy engañando. Estás ahí, pero soy yo quien no puede acudir a ti, tu vida corre peligro a mi lado y no soportaría el hecho de perderte, mi vida.
Perdóname si te hago daño emocionalmente, no es esa mi intención. Te amo con cada célula de mi cuerpo, con mis sentidos embotados por ti.
Eres lo que yo más amo, y lucharé por estar contigo...aunque eso me cueste la inmortalidad.

Te lo juro. Es una promesa.